Hoy es dos de abril, y se celebra en todo el mundo el Día Internacional del Libro Infantil, coincidiendo con el aniversario del natalicio de ese gran cuentista universal que fue Hans-Christian Andersen. Por ello, deseo felicitar por su callada labor a todos aquellos compañeros que desempeñan su trabajo, a menudo no valorado con justicia, en las secciones infantiles y juveniles de las bibliotecas públicas, y a los pequeños libreros que no sólo venden, sino que asesoran y aconsejan a las familias lectoras, y ayudan a meter en casa a ese fiel amigo llamado libro.
La fiesta la empezó a conmemorar en 1965 la IBBY, International Board of Books for Young People (Organización Internacional para el Libro Juvenil), fundada en Suiza doce años antes). Su delegación en España es la OEPLI, Organización Española Para el Libro Infantil y Juvenil, que sustituyó en 1982 a la Comisión de Literatura Infantil del antiguo Instituto Nacional del Libro Español.
Para los bibliotecarios es una gran fiesta, porque el público infantil es, o debe de ser, prioritario en nuestros centros. Si sabemos engancharles, tendremos futuros lectores adultos. Pero si no sabemos fidelizar a estos usuarios, no volverán a pisar una biblioteca y –lo que es peor- no leerán en su vida, salvo por obligación. Es muy difícil habituarse de adulto a la lectura (y al decir lectura, me refiero a la lectura por ocio, por el mismo afán de leer), si no se ha tenido afición en la infancia. Quien no lee de niño, raramente se enganchará a hacerlo con cuarenta años. Ni siquiera con veinte.
La Encuesta de Hábitos y Prácticas Culturales en España, encargada por el Ministerio de Cultura y que ha preguntado a una docena de millares de españolitos, nos dice que sólo algo menos de la mitad de la ciudadanía (Un 49,1 %) tiene el hábito de leer con alguna frecuencia libros que no estén relacionados con su profesión o estudios. La encuesta considera "leer con mayor regularidad" a hacerlo sólo una vez a la semana, o más, y dice que los que lo hacen son un 30,1%, más mujeres que hombres, y que el hábito decrece a partir de los 45 años y llega a su nivel más bajo, paradójicamente, tras los 65, cuando más tiempo libre se tiene. Por autonomías, las regiones menos lectoras de España son: Extremadura, y, empatando en el segundo lugar, Murcia y Castilla-La Mancha. La estadística la engorda un poco la lectura de prensa y revistas de información general y cultural, resultando que el 50,3 % de los españolitos lee prensa con cierta cotidianeidad, el 25% todos los días, o casi todos. No valen las revistas especializadas o científicas, al igual que no valen los libros académicos ni relacionados con el trabajo.
¿Qué conclusiones hemos de sacar? Tal vez que esta encuesta arrojaría resultados mucho más satisfactorios si esos lectores leyesen de manera habitual en la escuela, en todos sus grados, desde la educación infantil hasta la preuniversitaria, y si sus padres o educadores los acostumbrasen (incluso desde su etapa de prelectores), a acudir a las bibliotecas públicas. Y no a sacar videos o discos, como únicamente hacen multitud de usuarios infantiles y juveniles, sino a practicar ese hábito tan habitual en otros países europeos llamado LECTURA.
Y también subirían las estadísticas de lectura si la administración competente en Educación y Ciencia hiciese obligatoria la figura del Bibliotecario Escolar en colegios e institutos. Es lamentable que, en pleno siglo XXI y salvo honrosas excepciones, los centros de enseñanza de nuestro país carezcan de bibliotecario, desempeñando sus funciones profesores y maestros, por turnos, a su buen saber y entender, para completar su jornada obligatoria. El educador es, y ha de ser, una pieza básica en la formación de los hábitos lectores de nuestra infancia… en el aula, y evidentemente en la biblioteca de aula si existiese, pero no debe gestionar las bibliotecas escolares de centro. Se requieren profesionales para ello, que para eso los hay. La autoridad educativa debe coger el toro por los cuernos y crear plazas de bibliotecario escolar. No optativamente, sino de manera obligatoria. Hasta que esto ocurra, las mal llamadas bibliotecas escolares serán salas con libros y aparcaderos de niños, pero nada más. El Ministro o Consejero de Educación que haga obligatoria la existencia de bibliotecarios profesionales en los centros de enseñanza de su competencia, habrá dado un paso de gigante en la formación de nuestros niños, que son el mañana de la sociedad, y conseguirá la anhelada equiparación a niveles europeos de los hábitos de lectura de nuestros ciudadanos.
Mi deseo es que pronto podamos verlo.
Antonio Casado
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